Para conmemorar el V Centenario de la batalla de Villalar (23 de abril de 1521) escribí para la revista La Perdiz Roja (que os recomiendo visitar y leer) un artículo con la pretensión de aportar mi granito de arena como historiador a un relato tan manido y difuso como el de la guerra de las Comunidades y lo ocurrido en el campo de Villalar.
Me gustaría reproducir aquí, aprovechando esta entrada libre, el artículo completo para quien quiera leerlo y así fardar de que sabe más de Villalar que el vecino de arriba (o de abajo).
Villalar, 23 de abril de 1521.
Escribiendo
estas líneas a pocos días del V Centenario de la batalla de Villalar, suceso
que marcó el final de la guerra de las Comunidades (si bien no es del todo
cierto, ya que Toledo resistió hasta el 25 de octubre de 1521), recuerdo las
conversaciones mantenidas con amigos y compañeros sobre el tema y no puedo
evitar pensar ¿somos realmente conscientes los castellanos de qué ocurrió
aquella lluviosa tarde de un 23 de abril en el Campo de los Caballeros y qué
significó para Castilla la derrota del bando comunero?
La
rebelión de las Comunidades fue un fenómeno muy complejo y que tuvo muchas
facetas superpuestas (revuelta anti fiscal, revuelta campesina, revuelta
urbana…) pero no entraré en desarrollarlas ya que lo que me interesa exponer
aquí no es su principio si no su final.
La
batalla de Villalar fue el último acto de la campaña del capitán general de las
Comunidades, el noble toledano Juan de Padilla, que al frente de su ejército
había salido de Valladolid el 18 de febrero de 1521 en dirección a Torrelobatón
con la misión de tomar su castillo y cortar así las comunicaciones entre las
poblaciones realistas de Tordesillas y Medina de Rioseco, siendo esta última la
sede del ejército realista.
La
aparentemente sencilla tarea de batir el castillo de Torrelobatón con la moderna
artillería obtenida por los comuneros en el arsenal de Medina del Campo se
complicó enormemente debido a la falta de artilleros profesionales para operar
las piezas, lo cual supuso un retraso de varios días que fue aprovechado por
los realistas para reorganizar sus fuerzas.
Tras
la toma de Torrelobatón, Padilla acampó en dicha villa y esperó varias semanas
en una posición defensiva, lo cual permitió al ejército del rey aprovisionarse
y decidirse a marchar contra los comuneros desde Medina de Rioseco el 21 de
abril de 1521.
Padilla,
enterado del avance realista, decidió abandonar Torrelobatón para evitar ser
arrinconado y marchó hacia la ciudad fortificada de Toro la mañana del 23 de
abril a pesar de que sabía del avance enemigo desde el día anterior, perdiendo así
los comuneros muchas horas de ventaja frente a sus perseguidores.
El
ejército comunero estaba compuesto por unos 6000 infantes y 400 jinetes, la
mayoría procedentes de las milicias urbanas y con poca o ninguna experiencia en
combate.
Los
realistas, comandados por Íñigo Fernández de Velasco condestable de Castilla y
regente en nombre de Carlos I (que se encontraba en Alemania para su coronación
imperial en ese momento), habían logrado reunir 6000 infantes y 2400 jinetes,
de los cuales ¾ eran caballería pesada de la nobleza castellana y sus séquitos
de caballeros.
El
ejército comunero marchó a través de pueblos como Villasexmir, San Salvador de
Hornija, Gallegos de Hornija y Vega de Valdetronco en buen orden de batalla,
algo imprescindible si no querían ser tomados por sorpresa por el ejército
realista, que les pisaba los talones.
En
el camino entre Vega de Valdetronco y Villalar, Padilla intentó desplegar a sus
tropas para presentar batalla campal varias veces, pero sus capitanes le
convencieron de seguir avanzando, creyendo que las tropas enemigas todavía estaban
lejos.
La
lluvia que había caído durante todo el día se convierte en tormenta a primeras
horas de la tarde, embarrando el campo y retrasando el ya desorganizado avance
del ejército comunero que se aproximaba a las cercanías de Villalar. Allí, en
una pradera situada al norte del pueblo entre el arroyo de los Molinos y el río
Hornija, la vanguardia del ejército realista alcanzó al ejército de las
Comunidades.
Es
necesario destacar aquí que la infantería del ejército realista había quedado
rezagada por la lluvia y las prisas de la persecución y que sólo la caballería
llegó a dar caza al fatigado ejército comunero, que superaba a los jinetes
realistas en 2 a 1.
Cuando
se corrió la voz de que habían sido alcanzados por la caballería enemiga, el
pánico se extendió y muchos infantes rompieron filas y huyeron hacia Villalar,
donde ya se habían instalado las piezas de artillería comuneras que apenas
podrán realizar un par de disparos durante la batalla debido a la lluvia.
Padilla
intentó organizar a sus hombres para presentar batalla en el prado pero la
confusión reinante, la tormenta y la dispersión de los soldados, que corrían en
completo desorden en el barrizal, le impidieron presentar una línea de batalla
firme. Mientras tanto, el capitán segoviano Juan Bravo y el salmantino Francisco
Maldonado intentaban reorganizar a los fugitivos dentro del pueblo de Villalar
sin éxito.
En
ese momento y viendo la desintegración del ejército comunero, la caballería
realista se decidió a cargar sin esperar a la infantería que les seguía a
bastante distancia. Ésta se dividió en tres escuadrones: el situado más al
este, al mando de Alonso Pimentel, conde de Benavente, el central o vanguardia
al mando de Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro y el del ala derecha al
mando del condestable de Castilla Íñigo Fernández de Velasco y el almirante de
Castilla Fadrique Enríquez.
Al
grito de “Santa María y Carlos” el escuadrón del conde de Benavente rodeó al
contingente comunero del prado y se lanzó contra Villalar, tomando el pueblo y
capturando a los capitanes Bravo y Maldonado junto a la artillería mientras que
los otros dos escuadrones realistas destrozaron con su carga el centro del
desorganizado ejército, persiguiendo a los fugitivos que huían sin orden ni
concierto.
Padilla,
viendo que todo estaba perdido, se decidió a realizar una última carga
desesperada y al grito de “Santiago, libertad” se lanzó a caballo contra los
hombres del conde de Benavente junto a un puñado de jóvenes escuderos. Tras
descabalgar a Pedro Bazán, caballero natural de Valladolid y matar de un
lanzazo a un escudero veterano de las Guardas de Castilla, Padilla fue herido
en la pierna por el caballero jienense Alonso de la Cueva y derribado de su
caballo, quedando como prisionero de los realistas.
Con
la llegada de la noche la persecución se dio por finalizada. Los comuneros habían
perdido unos 500 hombres entre muertos y heridos y unos 1000 habían sido hechos
prisioneros, contándose ente estos el capitán general Padilla y sus capitanes
Pedro y Francisco Maldonado y Juan Bravo (que serían decapitados al día
siguiente) mientras que el bando realista perdió apenas 15 o 20 jinetes no
siendo ninguno de ellos era un noble de alta alcurnia.
La
batalla de Villalar no fue el choque épico que uno podría suponer debido a la
importancia posterior que tuvo y muchos historiadores se resisten incluso a
llamar al encuentro “batalla”, prefiriendo denominarla “escaramuza”. Lo que sí
es cierto y me gustaría remarcar con especial énfasis, es que el combate no fue
sino una lucha fratricida entre castellanos; entre nobles y clases populares
sí, pero también entre una nobleza dividida entre partidarios y enemigos del
rey Carlos.
En
este aspecto cabe señalar que Juan de Padilla provenía de un noble linaje y que
había sido confrontado unos meses antes en Valladolid por el conde de
Benavente, Alonso Pimentel y Pacheco, pariente cercano de la famosa “leona de
Castilla” María Pacheco que era a la sazón esposa de Padilla. Curiosamente
fueron los caballeros del conde de Benavente los que acabaron por capturar a
Padilla en Villalar.
Es
importante destacar que los vencedores de la batalla perdonaron la vida a
aquellos que se rindieron y que no hubo más muertos, en palabras del cronista
real Pedro Mejía: “(…) porque aquellos Señores usaron con los vencidos de
misericordia”.
La
razón de este comportamiento no es otra que el hecho de que los caballeros
realistas eran tan castellanos como los comuneros, habiendo sido muy distinta
la situación de haber llegado primero la infantería realista formada por
gallegos, asturianos, vascos y navarros que no habrían tenido piedad con
aquellos que no eran sus paisanos.
En
este sentido, los gritos de los heridos y moribundos dejados atrás en el campo
conmovieron profundamente a los caballeros realistas ya que en palabras del
cronista vallisoletano Prudencio de Sandoval: “(…) era una gran compasión
verlas padecer así, siendo todos cristianos, amigos y parientes”. Parientes
desde luego había en los bandos enfrentados, ya que el capitán comunero Pedro
Maldonado Pimentel era sobrino del conde de Benavente, el ya citado Alonso
Pimentel y Pacheco.
El
proyecto de las Comunidades para Castilla, todavía difuso y sin una concreción
política clara, murió el 23 de abril en Villalar y fue definitivamente
enterrado en Toledo 6 meses después tras rendirse allí María Pacheco, la
incombustible “centella de fuego” de Castilla.
Carlos
I, ya coronado emperador y de vuelta en España, emitió un Perdón General el día
de Todos los Santos de 1522 que fue presentado en la Plaza Mayor de Valladolid
en presencia del rey y la corte, quedando perdonadas las ciudades protagonistas
de la rebelión así como todos los participantes a excepción de los mencionados
expresamente en una lista por su especial contribución a la rebelión, sumando
un total de 293 nombres.
Se
abría así una nueva era para el reino de Castilla, que pasaría a ser la pieza
clave del aparato político e internacional de la Monarquía Hispánica, llevando
el peso fiscal, militar y demográfico del reino de las Españas a costa de
terribles esfuerzos que acabaron por diezmar y empobrecer a la población pero
que por otro lado convirtieron a Castilla en el centro de un imperio global
cuya lengua, leyes, cultura, literatura y poesía son ahora el patrimonio de
media humanidad y un lazo irrompible con millones de personas de muchas
latitudes y hemisferios que llevan nombres y apellidos no muy distintos a los
que llevaron en su día aquellos castellanos de ambos bandos que combatieron
aquel lluvioso día de abril de 1521 en Villalar.